CAFE DE BARRIO (Amor y Escritos)


              (Fotografia de Edgardo Kevorkian,
                      de su saga » La Ruta del Café «)

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CAFÉ DE BARRIO

Una vez más, Julián se sentó en la mesa de un Café.

Su vida no variaba mucho. Provenía de una familia de clase media baja, que día a día luchaba por sobrevivir.

Sus padres lo apoyaron en sus estudios secundarios, paralelamente ayudaba a su padre en el negocio de reparación de calzados, oficio que se perdía a medida que nacía la era del cambio y del “no arreglo”.

Su madre le inculcó, desde su infancia, el hábito de la lectura, que en el transcurso de su vida, se convirtió en una pasión.

Las noches lo encontraban con un libro en sus manos hasta que el sueño lo sorprendía.

Pasó el tiempo y surgió en él la necesidad de escribir, sin intención especial alguna. Sólo deseaba volcar en papel ilusiones, sueños, sentires, anécdotas de vida …

Un Café de Barrio lo acompañó en este desafío. La inspiración y la creatividad, – en ese vínculo “único y mágico” – se hicieron presentes.

Desde su lugar favorito, al lado de una ventana, veía pasar la vida y, muchas veces en ese ir y venir de vecinos y desconocidos, afloraba la musa y entretejia historias …

El amor o más precisamente el desamor, frecuentemente llenaban sus páginas, con historias propias y muchas imaginadas.

A los dieciocho años se enamoró perdidamente de una vecina, clienta del negocio de su padre. No fue correspondido, afectándolo duramente.

Esos Amores que no se concretan, perduran toda la vida.

Se iniciaba la “Era del Chat” en Internet. Ese nuevo mundo de relaciones desconocidas, le dio la oportunidad de descubrir las llamadas Salas de Chat.

Luego de establecer contactos virtuales con varias mujeres, jóvenes y maduras, hubo una que lo deslumbró: Estela, divorciada a causa de las infidelidades de su esposo y, con mucho temor a encarar otra relación de pareja, fue su primer contacto virtual y prontamente su enamoramiento.

Pasaron muchas noches intercambiando vivencias, gustos y anécdotas de sus vidas.
Comenzaban una linda relación.

Un solo cuento le faltaba a Julián para pensar en la publicación de su primer libro.

Llegó el momento de conocerse personalmente y quizás, ese día, nacería aquel último escrito y el tan ansiado amor.

El lugar indicado del encuentro era en un típico Café de Barrio, siempre receptivo a reuniones de toda índole.
En esta ocasión sería un lugar desconocido para él, pero intuía que un Café era lo más indicado.

<Parroquianos anónimos que constituían el paisaje, sueños e ilusiones y el humo del cigarrillo que envolvía pensamientos, parejas que armaban sus nuevas vidas o aquellas que trataban que la despedida no fuera dolorosa, cierre de acuerdos comerciales, amigos que discutían el último partido de fútbol o planificaban el próximo Domingo, padres e hijos tomando su merienda, personajes solitarios que simplemente mataban su tiempo, vidas que pasaban por ese lugar emblemático, el del Café de Barrio>

En su última charla con Estela se concretó la cita. Día, fecha, hora, lugar y alguna señal en la ropa con la que se reconocerían.

Llegó al lugar, con la pactada remera a rayas, en tiempo y forma. Se encontrarían en una mesa central del local, se dirigió directamente a ella, que afortunadamente no estaba ocupada.

Ignoró su entorno, la mirada estaba fija en la puerta de ingreso, imaginaba la figura femenina que no conocía y que en cualquier momento arribaría al lugar.

Lo sorprendió el mozo del lugar que, con paso cansino, bandeja bajo el brazo y blanco repasador, se acercó para tomarle el pedido.

Comenzó solicitando un Café chico, al rato un Cortado Americano y por último un Submarino.

Pasó la hora prudencial de espera.

Su mirada cambió de ángulo. Dejó de dirigirla hacia la puerta.

Un televisor colgaba de la pared, frente a la mesa, capturando esa mirada perdida. Conversó imaginariamente con el aparato que sólo emitía noticias amarillas y, con una lámpara, esa lámpara de techo que colgaba cerca de su cabeza. Nada le respondieron cuando preguntó por la demora de Estela en llegar.

Pasaron dos horas, pidió la cuenta, abonó, traspasó la puerta y en camino de regreso a su casa, tomó conciencia que el último cuento no sería escrito y lo más penoso … una vez más, el amor se le había negado nuevamente.

Ese cuento sin comenzar, ese amor sin concretar, le daban a Julián la oportunidad de conocer un nuevo café, ya vería cuál …

Pedro, sentado solo en una mesa junto a la ventana, no perdía detalle del ir y venir de la gente. De todas formas, su meta era observar los movimientos y las actititudes de Julián.


Cuando lo vio salir con la cabeza gacha y perdiéndose en el camino, sacó su libreta de entre sus ropas en la que anotó, muy rápidamente, alguna última frase para darle fin, seguramente, a otro de sus Cuentos.

A Pedro también le gustaba escribir y usaba como seudónimo, en sus relatos, el nombre de Estela, el mismo apodo que utilizaba en las Salas de Chat …

Como a Julián, le encantaba terminar sus Cuentos en la mesa de cualquier Cafe de Barrio.



Carlos Emilio Dentone

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